VIRTUS COMPLUTUM

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Desde las primeras semanas de la pandemia en 2020 los medios y publicaciones especializados vaticinaron que la última oleada de covid-19 sería ocasionada por problemas de salud mental. Esta ola no tardaría en llegar, no como el final de la pandemia, sino acompañándola en un crecimiento lento.

Aún es pronto para poder describir con precisión su alcance y sus características objetivas. No obstante, los que trabajamos en este campo hemos ido percibiendo de forma clara como nuestra actividad cotidiana se iba desbordando, tanto en el ámbito de la medicina pública como en el de la privada.

El fenómeno con más visibilidad pública ha sido el de los menores; a lo largo de 2021 y 2022 hemos ido viendo como crecían las urgencias y hospitalizaciones de psiquíatra infantojuvenil en relación con intentos de suicidio, trastornos de identidad, de la conducta alimentaria y otros, hasta el punto de que el sistema sanitario ha tenido que ampliar notablemente el número de camas disponibles en la Comunidad de Madrid.

¿Y cómo ha cambiado la salud mental de los adultos?

Entre los adultos nos hemos encontrado fundamentalmente con problemas de adaptación: durante los primeros meses, tras finalizar el confinamiento estricto, veíamos cuadros de ansiedad y fobias a la calle en relación con el miedo al contagio, especialmente en personalidades hipocondríacas u obsesivas; poco después problemas relacionados con el teletrabajo, el desbordamiento de horarios, la falta de separación y compartimentación en las diferentes facetas del día a día, las dificultades para compatibilizar el cuidado de niños pequeños en casa …; poco a poco los duelos por fallecimiento de seres queridos, a veces en circunstancias dramáticas de aislamiento que no permitieron la despedida. El deterioro de los mayores, en una vivencia de indefensión y falta de estimulación tan prolongada. Y finalmente la sedimentación de varias de las anteriores a lo largo de dos larguísimos años de cansancio, sin drenajes ni alivios emocionales.

Por encima de todas estas manifestaciones me ha parecido ver el pánico a la incertidumbre, un miedo cerval a lo imprevisto, a la falta de seguridad y al sufrimiento. Tal vez seamos la primera generación en la historia de Europa que no ha vivido directamente una situación de guerra, hambrunas o miseria. Hemos crecido en una sociedad del bienestar, asegurando con pólizas económicas cada detalle de nuestra vida, convencidos de que el estado, la ciencia y la sanidad son omnipotentes, pensando que el dolor y el sufrimiento son erradicables, incluso, que todo eso es un derecho. Y de repente, nos hemos sentido indefensos, perplejos. Para remate, el horror de la guerra.

Hemos tenido que reconocer la obviedad: el sufrimiento es inherente a la vida, y no podemos controlarlo. El primer paso para superar nuestra angustia es la aceptación de este hecho, el reconocimiento de los límites de la realidad. Y cuando no podemos modificar ésta, somos nosotros los que debemos afrontar el reto de cambiar, adquirir capacidades de afrontamiento, hacernos más fuertes.

Ojalá esta pandemia deje a su paso una sociedad un poco más madura.

Dr. Juan José Vázquez

Especialista en Psiquiatría en Centro Médico Complutense (Grupo Virtus)